El 18 de febrero se celebra el Día Internacional del Síndrome de Asperger. Se celebra este día en honor al autor que describió este síndrome por primera vez en 1944, Hans Asperger.
El trabajo de Asperger pasó casi inadvertido seguramente marcado por el momento histórico en el que se enmarcaba, en la Viena de los años 40. Y no fue hasta los 80 cuando Lorna Wing lo recuperó, que pudo conocerse más ampliamente.
Las personas con síndrome de Asperger suelen mostrar comportamientos peculiares o controladores, un discurso pomposo e incluso pedante, intereses obsesivos y dificultades en su comportamiento social. Y suelen presentar un nivel intelectual igual o superior a la media.
No es raro ver en películas o series personajes cuyas características serían compatibles con este síndrome. Y es que sus peculiaridades pueden resultar llamativas o atractivas, pasando en ocasiones desapercibido el malestar que sus dificultades pueden causarle.
El Síndrome de Asperger (categorizado dentro de los Trastornos Generalizados del Desarrollo en el DSM-IV) se incluye dentro de los Trastornos del Espectro Autista (TEA) en el DSM-5.
A grandes rasgos, el DSM-5 dice que los TEA se caracterizan por:
- Déficits persistentes en la comunicación social y en la interacción social en diversos contextos.
- Patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, intereses y actividades.
Estas dificultades se presentan desde etapas tempranas de la vida y causa un deterioro significativo. Y no pueden explicarse mejor por retraso del desarrollo ni por discapacidad intelectual.
Este punto de vista desde el espectro nos ofrece una visión de los TEA más flexible y variable, no sólo a nivel cuantitativo sino cualitativo. Encontramos personas con distinto tipo de dificultades. Pero también hemos de tener en cuenta las fortalezas que puedan presentarse. Así, el espectro va desde casos más leves que consiguen adaptarse sin demasiadas dificultades hasta casos más graves.
Y este nivel de gravedad va a estar condicionado por el entorno, por las compensaciones, etc. Sus dificultades suelen manifestarse especialmente en el área social. Y esto en la adolescencia, en el establecimiento de amistades y relaciones, o en la búsqueda de empleo será un obstáculo. Y esto es importante que lo tengamos en cuenta, el TEA no empieza y termina en la infancia.
Pero si como sociedad somos capaces de entender la extensión y variabilidad del espectro será más fácil que nos adaptemos y les ofrezcamos soluciones. Y es que las dificultades del TEA a veces se esconden detrás de lo que desde fuera puede parecer peculiaridad o extravagancia, y como el trabajo de Hans Asperger durante sus primeros años, pasan inadvertidas.
María José Aguilar Córcoles.
Psicóloga colegiada en el Colegio Oficial de la Psicología de Castilla-La Mancha.
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