Psicología y Educación Ambiental. La psicología ambiental surgió para dar respuesta a los problemas planteados por los profesionales del diseño, la arquitectura y el urbanismo. Sin embargo, a partir de la década de los años 80 reverdeció, así como otras profesiones, ampliando su campo de estudio a otros ámbitos del comportamiento humano relacionados con el medio ambiente. Aunque fue después de la cumbre de Río en 1992, cuando esos ámbitos se extendieron aún más para abarcar los desafíos planteados por la educación ambiental y el desarrollo sostenible.
Dentro de la agenda de la sostenibilidad, la educación ambiental siempre ha jugado un papel importante, pero ha experimentado cambios conceptuales, técnicos y políticos que han exigido a los profesionales de la educación ambiental en general y a los de la psicología ambiental en particular, actualizar sus recursos y metodologías para hacerles frente. Por eso, repasaré en primer lugar los cambios más relevantes experimentados por esta agenda, para luego describir el escenario actual de la investigación publicada en psicología sobre educación ambiental. Finalmente, destacaré algunos resultados de estudios que hemos llevado a cabo en psicología ambiental, orientados a aumentar el conocimiento en esta línea.
La educación ambiental comenzó a formar parte de la agenda institucional internacional desde que en 1968 la UNESCO encomendara a la Oficina Internacional de Educación, en Suiza, un estudio en 79 países sobre la forma en que las escuelas abordaban la educación en el medio; y de que luego, en 1972, el término “Educación Ambiental” se empleara por primera vez en la Conferencia Internacional sobre el Medio Ambiente, llevada a cabo en Suecia.
La declaración de la Cumbre de Río de 1992 incluyó el capítulo 36 titulado “Fomento de la educación, la capacitación y la toma de conciencia”, cuyos objetivos eran: la reorientación de la educación hacia el desarrollo sostenible; el aumento de la conciencia del público; y el fomento de la capacitación. Dichos objetivos estaban basados en los planteados en la Conferencia de Tbilisi de 1977, organizada por UNESCO y PNUMA.
A partir del año 2000 y hasta el 2015 la agenda estuvo marcada por los “Objetivos de desarrollo del Milenio (ODM)”, elaborados por un panel de expertos, cuyos objetivos estaban orientados hacia el desarrollo de una agenda social en los países en desarrollo. Sin embargo, la conferencia de “Río +20”, celebrada en 2012, permitió realizar un análisis crítico de los alcances de la agenda anterior, dando origen a los “Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)”. Los ODS fueron elaborados esta vez por un proceso de negociación y participación, y se orientaron al desarrollo de una agenda de crecimiento, inclusión y medio ambiente en todos los países, entre 2016 y hasta el 2031. El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico se ha hecho eco de esta agenda en España, preparando el Plan de Acción de Educación Ambiental para la Sostenibilidad (PAEAS) cuyo objetivo es reforzar las políticas que deben hacer frente a los desafíos ambientales y climáticos. Y desde 2020 la Viceconsejería de Medio Ambiente de Castilla-La Mancha cuenta con la “Estrategia de Educación Ambiental de Castilla-La Mancha. Horizonte 2030”, compuesto por 55 acciones a desarrollar hasta 2025.
Son muchos los estudios que se han llevado a cabo durante el tiempo que la educación ambiental ha estado en la agenda institucional. Una búsqueda en la base de datos de publicaciones científicas SCOPUS arroja más de 8.000 publicaciones desde mediados del siglo pasado hasta la fecha dedicados a “Educación Ambiental” o “Educación para el Desarrollo Sostenible”, de los cuales cerca del 4% corresponden a estudios en Psicología. Los temas que estas publicaciones abordan son variados, entre los que se encuentran los procesos de interacción social (5%), la percepción sobre algunos elementos físicos de la naturaleza como el suelo, el clima y los animales (5%), y el diseño de infraestructuras escolares (4%). Pero los temas que predominan son: aquellos dedicados al estudio de las estructuras del proceso de enseñanza-aprendizaje, como el uso de las TIC (6,4%), la formación docente (7,7%), el método, la planificación y la didáctica (9%); aquellos que centran su preocupación en la educación superior (10,4%); y sobre todo la educación infantil (19%).
No es de extrañar que la principal atención de la publicación científica se haya centrado en conocimientos aplicados relativos al proceso de enseñanza-aprendizaje y a la infancia, teniendo en cuenta la gran necesidad que existe en mejorar lo que sabemos para alcanzar objetivos no definidos operacionalmente, como el aumento de la formación y de la denominada conciencia ambiental. Este último constructo ha sido uno de los menos estudiados, encontrándose solo 8 publicaciones de estudios empíricos en psicología (SCOPUS), relacionadas con temas medio ambientales y de sostenibilidad.
En relación con los resultados obtenidos en nuestros estudios, estos muestran que el fomento de la conducta proambiental es multidimensional y opera en diferentes niveles de emergencia. Depende tanto de factores socioculturales como intrasubjetivos y epigenéticos, que deben tenerse en cuenta a la hora de planificar y llevar a cabo acciones formativas en educación ambiental. Por ejemplo, en cuanto a factores sociales, el trabajo publicado junto con la doctora Verónica Sevillano en 2019 en Papeles del Psicólogo, destaca el papel de las normas sociales en la promoción de conductas proambientales. Así, para el uso de normas descriptivas (“hacer lo que todos hacen”) se recomienda tener en cuenta el comportamiento previo de los participantes para no reducir la conducta deseada entre aquellos que la realizan, señalar una meta, e identificar claramente a “los otros” empleados como modelo. El uso de normas prescriptivas (“hacer lo que se debe hacer”) se recomienda para promover comportamientos específicos, procurando la correcta comprensión de la información, las unidades de medida, y los indicadores de progreso y logro de las conductas deseadas.
Por otra parte, el trabajo que hemos llevado a cabo durante los últimos diez años sobre conectividad con la naturaleza, con colegas de España, Francia y Portugal, nos ha enseñado que un vínculo emocional positivo con la naturaleza predice una mejor actitud hacia el comportamiento proambiental. Y cuando decimos actitud, no nos referimos al uso lego del concepto como una simple disposición positiva. Nos referimos a un constructo compuesto por creencias ambientales egobiocéntricas, caracterizadas por una valoración del beneficio subjetivo que a las personas les aporta el medio ambiente. Diferentes artículos que hemos publicado en la revista Psyecology, especializada en psicología ambiental, muestran que las creencias ambientales y conectividad pueden aumentar tras actividades de contacto con la naturaleza.
Finalmente, publicamos en la revista Frontiers in Psychology estudios sobre evocaciones emocionales en niños expuestos a imágenes del medio ambiente. La literatura científica ha señalado que estos vínculos emocionales tienen un fuerte componente biofílico -filogenético- y subyacen a la conectividad con la naturaleza. Nuestros resultados revelan un modelo tridimensional de las atribuciones emocionales a la naturaleza, según el cual la expresión de felicidad se asocia a experiencias de seguridad y familiaridad vinculada a ciertos elementos del paisaje, mientras que el miedo podría atribuirse a una respuesta adaptativa frente a elementos salvajes de la naturaleza. El reconocimiento y valoración de todas las dimensiones emocionales y su utilidad funcional en relación con el medio ambiente, es muy importante en una sociedad en la que predomina una sobrevaloración hedónica del bienestar.
Plantearnos alcanzar los ODS mediante la educación ambiental implica no solo mejorar el conocimiento sobre el medio ambiente, sino también de las interacciones humanas en relación con su entorno. Un conocimiento preciso sobre el papel de las normas sociales, el efecto del contacto con la naturaleza en las creencias ambientales, y el valor funcional y adaptativo de las experiencias emocionales de felicidad y miedo en la infancia relacionadas con la naturaleza, son solo algunos de los elementos que puede aportar la investigación desde la psicología ambiental. La formación en estos conceptos y sus aplicaciones permitirían profesionalizar el desarrollo de actividades prácticas destinadas al logro de los objetivos institucionales que la agenda de educación ambiental y del desarrollo sostenible se han propuesto para la próxima década.
Pablo Olivos Jara.
Psicólogo.
Máster en Antropología y Desarrollo.
Doctor en Psicología Social.
Profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de Castilla-La Mancha.