La Enfermedad Inflamatoria Intestinal (EII) es una enfermedad crónica, autoinmune, y no contagiosa que afecta al aparato digestivo. Dentro de esta denominación encontramos la Enfermedad de Crohn (E.C) y la Colitis Ulcerosa (C.U).La E.C -puede afectar a la totalidad del aparato digestivo, desde la boca, intestino delgado, hasta el ano – y la C.U, sin embargo, se caracteriza por afectar al colon.
Particularmente, la Enfermedad de Crohn puede afectar a toda la pared del intestino y no sólo a la mucosa, dañando cualquier parte del tubo digestivo. La localización más probable es la parte final del intestino delgado, el íleon, de forma única o conjuntamente con el colon, donde las lesiones afectadas alternan de forma discontinua con tramos sanos de intestino o poco inflamados.
Una vez lesionada la pared del tubo intestinal, pueden producirse las denominadas “estenosis” -estrecheces con o sin obstrucción-, así como también fístulas que logran atravesar la pared intestinal tanto en el intestino como en el ano.
La Colitis Ulcerosa afecta a la mucosa del intestino grueso o conocido colon. En este caso es el recto o parte final del intestino grueso la parte habitualmente afectada y puede afectar tanto a una parte del colon como de forma conjunta.
En la actualidad se desconoce la causa de la EII. Se sabe de la existencia de cierta predisposición genética y se sospecha de un elemento infeccioso, pero cobra especial relevancia el factor inmunológico dado que es una enfermedad autoinmune y es el propio organismo quien se ataca a sí mismo por una equivocación de los glóbulos blancos. El factor contaminante y medio ambiental, también está en el punto de mira puesto que la incidencia en países subdesarrollados de la EII es tres veces menor. Aunque por el momento no se conoce cura para la EII, no es contagiosa ni mortal si es bien tratada.
De entre las manifestaciones de la Enfermedad Inflamatoria Intestinal distinguimos las manifestaciones intestinales, que dependiendo del tramo afectado pueden originar dolor abdominal, diarreas, con o sin moco y sangre, estreñimiento, cansancio, fiebre y malestar generalizado, pérdida de peso y vientre hinchado etc… y las manifestaciones extra-intestinales, de entre las que pueden darse inflamación de ojos, dolor de articulaciones, placas rojas, piedras en el riñón o en la vesícula.
Ambas -E.C y C.U- tienen un curso ondulante, con aparición de “brotes”, donde la enfermedad se manifiesta de forma más activa y “remisiones” -ausencia de síntomas-. La duración y frecuencia de los brotes va a ser particular de cada paciente según el grado de afectación.
Sobre el manejo general que cada persona pueda tener sobre su enfermedad y la constante readaptación a la evolución de la EII, van a influir factores psicológicos como el tipo de personalidad; estilos de afrontamiento; estrés psicosocial; creencias mantenidas sobre la enfermedad etc… de ahí la importancia de un abordaje multidisciplinar que contemple tratamientos de forma conjunta, y desde una visión Bio-Psico-Socio-Sanitaria, se aproximen al concepto de enfermedad que nos traslada la OMS -Organización Mundial de la Salud-, donde cualquier enfermedad es el resultado de la interacción y de la influencia mutua de factores físicos, psicológicos y sociales.
Dado que se desconoce la causa de la EII, los tratamientos no curan, sino que tratan de paliar la duración y severidad de los brotes. Cuando el tratamiento farmacológico ya no sirve o hay complicaciones en la evolución de la EII se ha de recurrir a la cirugía, que aunque no cura la enfermedad de forma definitiva, puede producir una mejoría en la calidad de vida del paciente.
El carácter crónico de la EII, la aparición imprevisible de brotes y la variabilidad en sus manifestaciones, tanto intestinales como extra-intestinales, puede originar en los afectados un desgaste emocional considerable, que tiende a ser mayor si se prevén intervenciones quirúrgicas.
Controlar la inflamación mediante la remisión de los brotes y prevención de recaídas procurando aumentar la calidad de vida del paciente será la base primordial de todo tratamiento inicial. En la calidad de vida del paciente NO solamente influye el grado de afectación de la EII, sino la percepción de control que tenga de sí mismo el afectado sobre la EII; las herramientas que sea capaz de movilizar a nivel psicológico para mostrar un estilo de afrontamiento eficaz, adecuado y dado el carácter crónico de la enfermedad, resiliente. Si los factores psicológicos son abordados adecuadamente, lograremos minimizar el impacto emocional derivado de la EII y reducir el grado de deterioro personal, promoviendo cambios de actitud resilientes que impidan que la EII afecte a otras áreas como la familiar, laboral, y social.
Dichos factores psicológicos han de contemplarse en la medida en que la EII causa una pérdida, es decir, provoca un “efecto” directo, un deterioro que impide a la persona mantener una calidad de vida aceptable. Invertir esta causa-efecto, puede, además de ser contraproducente para el paciente, no ajustarse a la realidad, puesto que la EII tiene una base orgánica, una afectación física, y no así por ejemplo el Síndrome de Intestino Irritable, pudiendo actuar negativamente sobre el afectado, culpabilizándolo de que “debido su forma de ser o pensar” él mismo se ha generado la enfermedad. No obstante, tanto si las alteraciones emocionales son derivadas de la EII como si éstas preceden a la aparición de la EII, las derivadas, influirán negativamente en el curso de la EII, y habrán de ser tratadas y las anteriores a la EII, interferirán como precipitantes y por tanto también serían susceptibles de ser abordadas psicológicamente.
Es importante, por tanto, para el afectado como para la sociedad en su conjunto, saber que la EII no es una “enfermedad psicosomática”, puesto que la EII sigue un curso ondulante independientemente del estrés. Si este estrés coincide con un periodo inestable de la enfermedad, es mantenido a altas tasas durante mucho tiempo y “no se aprenden a manejar otras estrategias psicológicas más efectivas” éste afectado aumentará la probabilidad de aparición de los brotes, reducirá los tiempos de remisión y éstos aparecerán de forma más severa y con mayor frecuencia, dando la impresión de que es el propio afectado quién se los produce con su peculiar forma de pensar.
Es sabido que el estrés influye en el curso de la EII. La relación existente entre el Sistema Nervioso Central y el aparto digestivo, el conocido Eje Cerebro-Intestino, influye en la actividad intestinal, alterando el sistema inmunitario y agravando la sintomatología, pero del mismo modo, igualmente es sabido que ante una epidemia de gripe, los primeros en contagiarse son las personas más estresadas.
La ansiedad anticipatoria ante un brote; el agotamiento psicológico y cansancio; la falta de concentración por “compartir” tareas diarias con diversas clases de “dolor crónico”; una baja autoestima y desmotivación por no “cumplir las expectativas diarias”; los cambios de humor repentinos; y conductas fóbico-evitativas, todo ello en su conjunto ,provoca que el afectado tienda a limitar e incluso restringir muchas de sus actividades diarias, sobre todo si prevé que de forma imprevisible pueda protagonizar situaciones embarazosas donde llegue, de forma incontrolada a defecarse encima, siendo, a consecuencia de esto “estigmatizado” por aquella parte de la sociedad que desconoce en su totalidad la Enfermedad Inflamatoria Intestinal.
Otros factores psicológicos a considerar en el abordaje de la EII serían el deterioro de habilidades sociales que afectarían a la comunicación e interacción social del afectado, así como los tabúes que rodean la enfermedad al evitar hablar de “heces”, debido a lo cual, en muchas ocasiones, el afectado tiende a sentirse incomprendido. La desgana e impotencia generada por el cansancio crónico que conlleva la EII puede provocar sentimientos de culpa en muchos de los afectados, por no poder ajustarse a los niveles de competencia que marca la sociedad, siendo la autoestima y auto-concepto los principales perjudicados.
Rafael Cebrián Martínez.
Psicólogo.
Colegiado: CM 01919